Siempre que alguien preguntaba tú sonreías y murmurabas: "Hay cosas de las que es mejor no hablar". Nunca olvidaré la tarde que confesaste la verdad. Aquel domingo de Noviembre desayunábamos tortitas sentados sobre la cama a las cinco de la tarde, y es que no es fácil madrugar después de una noche entera de fiesta. Me encantaba mirarte llenarte la cara de nata, con aquella vieja camiseta mía que siempre que dormías en mi casa utilizabas de pijama.
Entonces, de repente, sin que yo te preguntara lo soltaste todo. Hablaste de dos mil once, y de como el mundo se terminó un año antes de que lo predijeran los mayas... Hablaste de la primavera más fría de tu vida y no precisamente de aquella que pasaste en Oslo. Hablaste de venganzas secretas y de noches de lágrimas... Hablaste de huidas, de nieve, de olvido. Cuando terminaste de hablar yo no pude evitar abrazarte y acariciarte el pelo, parecías tan frágil. En ese momento, con los ojos apunto de llorar me miraste y dijiste:
- ¿Sabes? Se puede seguir queriendo después del olvido.
Yo asentí, y es que tenías razón. En ese momento fue justo cuando lo comprendí. Aunque pasaran los años, aunque llegara el olvido, yo te iba a querer siempre.
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